Procedía de una estirpe de santos. Hija
de Bela IV, rey de Hungría y de María Láscaris, que a su vez era hija del
emperador de Constantinopla. 1240, Hungría estaba acosada por sus enemigos los
tártaros y atravesaba por momentos difíciles. Los reyes prometieron consagrar a
Dios la primera hija que les naciera si les concedía la victoria.
Sus oraciones fueron oídas, y dos años
más tarde nace Margarita. Se cuenta que desde muy pequeña poseía el don de
profesía, con el que anunció victorias de su padre defendiendo Hungría de
peligros. A los tres años y medio de edad, fue confiada al convento de las
religiosas de Santo Domingo de Veszprem, una de las ciudades más antiguas de
Hungría. Desde niña sintió un profundo amor al crucifijo y lo adoraba con
pasión.
De ingenio y memoria maravillosa aprendió
de oidas el Oficio de Nuestra Señora. Los reyes, contentos de ver a su hija tan
santa y feliz, construyeron un convento en una isla del Danubio, cerca de
Budapest, donde Margarita, a los doce años de edad, hizo profesión ante el
Beato Humberto de Romans, Maestro General de los Dominicos.
Muy serena, nada la alteraba. Gustaba de
tratar con las religiosas más ancianas con quienes compartía sus asuntos
espirituales. Tenía oración contínua delante del crucifijo, con lágrimas y
suspiros ardientes que le causaba la compasión de ver a su Señor sufriente en
la Cruz. Su imagen de Cristo la tenía esculpida en el corazón.
Su devoción a la Virgen María la llevaba
a saludarla donde quiera que veía su imagen, incada de rodillas y con la
salutación angélica. Durante sus fiestas le ofrecía mil avemarías postrada en
el suelo.
Del Santísimo Sacramento era en extremo
devota; durante la consagración era cosa prodigiosa, quedaba tan elevada y
absorta que parecía muerta. A veces se le vió levitar.
En correspondencia a tantas
mortificaciones, le concedío el Señor todos los favores que le pedía. Sentía en
sí un deseo ardiente de ser mártir y morir por Dios. Por esto meditaba en la
vida de esos santos.
Tomando conciencia de su extraordinaria
misión, la joven princesa se dedicó con fervor heroico a recorrer el camino de
la perfección. La ascesis conventual del silencio, soledad, oración y
penitencia se armonizaron con un celo ardoroso por la paz, un gran valor para
denunciar las injusticias y una gran cordialidad con sus hermanas, a las que
servía con gozo en los más humildes servicios, especialmente a las enfermas y
desvalidas.
Su extrema misericordia con los enfermos
que al convento acudían la hizo famosa, porque los atendía personalmente y los
curaba. Los muchos regalos que sus padres y otras gentes le enviaban, los
distribuía entre los más necesitados, incluídos nobles venidos a menos. Su
padre, el buen rey, se contagiaba de su caridad y hacía grandes limosnas a
viudas, huérfanos y pobres.
Su pureza fue grande y la prefirió a los
tronos y coronas; rechazó a duques y reyes que la pretendían en matrimonio, ya
que sólo a Dios se consagró por esposa.
El don de profecía que poseía desde niña
lo usó para ayudar a sus hermanas a no pecar, porque veía sus tentaciones y las
aconsejaba para no caer. Conoció el día de su muerte y lo publicó un año antes
de suceder.
Murió con sólo 28 años, el 18 de enero de
1270. Quedó su rostro tan sobremanera hermoso que no podía ser sino
sobrenatural. Tanta gente acudió a verla que no pudo ser enterrada por cuatro
días, conservando su hermosura y despidiendo un olor suavísimo. Muchos milagros
obró Dios después de su muerte, los que fueron informados canónicamente para su
beatificación al Papa Clemente V.
En su convento permaneció sepultado su
cuerpo hasta 1526. Después de diversas vicisitudes sus reliquias fueron
colocadas en la iglesia de las clarisas de Bratislava (1618), pero
desaparecieron con la supresión del monasterio en 1782.
A instancias del pueblo húngaro,
nuevamente amenazado, ahora por los nazis, Pío XII la canonizó el 19 de
noviembre de 1943 como mediadora de “tranquilidad y de paz, fundadas en la
justicia y la caridad en Cristo, para su patria y para todo el mundo”.
[1] Cf. Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de los
Predicadores, Vol I. M.R.P.Fr. Paulino Alvarez, O.P. Tip. de "El Santísimo
Rosario" Vergara, 1920, pág 249-259