Nació Santo Tomás el año 1225 en el castillo de
RoccaSecca, cerca de Aquino, en el reino de Nápoles. Su padre fue Landulfo,
conde de Aquino, y su madre Teodora, hija de un conde oriundo de la Normandía.
Peter Calo, su primer biógrafo, cuenta que un santo ermitaño predijo su carrera,
diciéndole a Teodora, su madre, antes del nacimiento de Tomás: "Entrará en
la Orden de los Frailes Predicadores, y su conocimiento y santidad serán tan
grandes que en vida, no se encontrará nadie que le iguale". A la edad de
cinco años entró Santo Tomás en el monasterio de Monte Casino, para recibir en
él su primera educación para pasar después a la universidad de Nápoles. El
contacto allí con fray Juan de San Giuliano fue causa de su vocación a la vida
apostólica. A pesar de la violenta oposición de su familia, entró en un
convento de Santo Domingo a los diecinueve años (1244), e hizo sus estudios en
Colonia, bajo la dirección de San Alberto Magno (1248-1252).
A
causa de su profunda humildad, parecía taciturno y aun tímido. Como hablaba muy
poco, sus condiscípulos empezaron a llamarle el "Buey mudo". San
Alberto, al tener noticia del nombre que le imponían, dijo: "¡Buey mudo!;
pues tened en cuenta, que los mugidos de este Buey resonarán en todo el
universo."
Cuando
Alberto el Grande fue llamado a París, le acompañó Santo Tomás de Aquino.
Aunque todavía carecía de la edad necesaria para ejercer el magisterio, con
dispensa, fue encargado de explicar en la universidad de París la Sagrada
Escritura y el Libro de las Sentencias.
En
1248, se encargó Santo Tomás de la cátedra que desempeñaba San Alberto el
Grande en la Sorbona. Inútil es advertir que el discípulo continuó sus
explicaciones con el mismo crédito, y quizá con más provecho que su maestro.
San
Luis rey de Francia, conociendo el mérito de Santo Tomás, lo llamaba con
frecuencia para tenerlo a su lado. Cuéntase que comiendo en una ocasión con el
rey, Santo Tomás, después de un rato de profunda distracción, dio un golpe en
la mesa y dijo: "esto es concluyente contra los maniqueos". Cuando
advirtió su falta, lleno de rubor, pidió humildemente al rey que lo perdonara.
San Luis por el contrario, estaba maravillado de lo que había visto. ¡Es tan poco
frecuente ver en la mesa de los reyes hombres que se olviden de la propia
persona, para pensar solo en el bien de la Iglesia y de la sociedad, que San
Luis, excelente conocedor del corazón humano, no pudo menos de admirar y
bendecir la involuntaria distracción de Santo Tomás! Aquella distracción le
demostraba que el Santo iba al palacio por obedecer, y no por buscar mundanos
honores. Aquella distracción le demostraba que en el alma grande de Tomás
habitaba el Señor, y no se albergaban las miserias y ambiciones de los hombres.
Aquella distracción, en fin, le demostraba que el corazón de Santo Tomás no
podía saciarse con la humana gloria que circunda la mesa de los reyes...
Mientras
escribía y dictaba el Tratado sobre la Penitencia, en diciembre de 1273 en el
convento de Nápoles, vivió una profunda transformación. Ha tenido un éxtasis
muy prolongado y aunque no está triste, ha derramado muchas lágrimas. Deja de
escribir y dictar a sus ayudantes, diciéndoles que no puede continuar. En su
habitación, la mesa de trabajo del santo está vacía: los códices, los papeles,
las plumas, los tinteros están en un armario. Tomás está arrodillado en el
suelo llorando. Fray Reginaldo de Piperno le pregunta: "Padre, ¿por qué
has abandonado un trabajo tan grande (se refería a la SummaTheologica),
comenzado para alabar a Dios e iluminar al mundo?" Tomás le contesta:
"Reginaldo, no puedo más..." Día tras día, se repite la conversación.
Una semana después, Tomás exclamó: "No puedo. Todo lo que he escrito me
parece paja comparado a lo que he visto y me ha sido revelado". Fray
Reginaldo y Fray Giacomo lo verán en éxtasis y elevado sobre el suelo en
oración.
El
Papa Gregorio X citó a Santo Tomás para que asistiese al concilio de Lyon,
celebrado en 1274. Se hallaba entonces el Santo en Nápoles, a donde había sido
enviado por el Capítulo General de su Orden, celebrado en Florencia en 1272.
Apenas recibió el precepto del Papa, emprendió el camino de Lyon, pero cayó
enfermo al atravesar la Campaña. Como en las cercanías no había ningún convento
de dominicos, entró en la abadía de Fosanova, en la diócesis de Terracina, que
pertenecía a los monjes del Cister. Su enfermedad se agravó, y murió en dicha
abadía el día 7 de Marzo de 1274, a la edad de 48 años. El Papa Juan XXII, lo
colocó en el número de los Santos en 1313. San Pío V lo declaró Doctor de la
Iglesia en 1567