Beata Juana de Aza, 2 de Agosto

La mayoría de los santos y santas hicieron algo por lo que se les recuerda. Fundaron órdenes religiosas o sobresalieron por su extrema caridad, o fueron misioneros. Sólo un puñado de ellos ha alcanzado la santidad viviendo vidas ordinarias y no espectaculares. La Beata Juana de Aza es una de ellas.

Nace en la Villa de Aza hacia 1135. Sus padres fueron Don Garcés, Rico-Home, Alférez Mayor de Castilla, Ayo y protector, tutor y cuidador del rey de Castilla y de Doña Sancha Pérez, ambos pertenecientes a la nobleza de Castilla. En su niñez recibió esmerada educación cristiana.

Contrae matrimonio con el venerable Félix Núñez de Guzmán, de la casa Lara hacia 1160. El primer español que escribe sobre el padre de Domingo (Rodrigo de Cerrato o el "Cerratense"), a mediados del siglo XIII, afirma que Félix era "dives in populo" ("rico en su pueblo"). Sobre Félix de Guzmán poco se sabe, salvo que fue en todos los sentidos digna cabeza de una familia de santos.
Unidos por el amor, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza, en un tiempo en que los valores del espíritu resplandecían sobre toda clase de apreciaciones materialistas, comparten sus vidas en celo religioso y nobleza de sentimientos; así era lógico que formaran un hogar donde Dios recogiera frutos de evangélica belleza y la Iglesia encontrara trabajadores para la difusión del Evangelio.
Del matrimonio nacen tres hijos: Antonio, Manés y Domingo, en quienes su madre va sembrando principios profundos de Fe y Vida Cristiana.
Vive Juana de Aza de forma sencilla y virtuosa en su Villa de Caleruega (actual provincia de Burgos). Solícita para el bien con los demás, se entrega al cuidado de su casa, familia y vasallos, llenando a todos de paz y de alegría. Es generosa con sus vasallos, que más bien parecían hijos por tantos y tan reiterados detalles de maternal solicitud. Prueba de ello, es el milagro realizado en sus bodegas al faltar vino para obsequiar al marido y a sus invitados, movida por su caridad a acudir a esta necesidad.

Era una virtuosa dama, compasiva y generosa con los pobres, a quienes socorría con largueza, llevando por testigos a sus tres niños. Su casa estaba siempre abierta para atender a enfermos, peregrinos y necesitados. Su vida fue ejemplo de amor conyugal, oración en familia y formación cristiana.

El Beato Jordán de Sajonia, uno de sus biógrafos, dejó constancia escrita (Libellus de principiis) de que, cuando ella estaba embarazada esperando a Domingo, tuvo una visión, que será emblema de la Orden formada por Domingo. Vió que en su vientre llevaba un perro con una antorcha encendida junto a un mundo. Preocupada, fue a orar al monasterio de Silos para entender el posible significado. Miestras le oraba a Santo Domingo de Silos, éste se le apareció y le reveló su significado: El hijo que nacerá iluminará el mundo con la predicación del Evangelio. La madre, en agradecimiento le puso a su hijo el nombre de Domingo en honor al Santo Abad. Sus esfuerzos por educar cristianamente a sus hijos despertó en ellos su vocación, distinguiéndose ellos por su santidad.

El Venerable Antonio de Gúzman, el mayor, fue sacerdote secular y tras haber distribuído su patrimonio entre los pobres y, desdeñando altos beneficios y dignidades eclesiásticas, muy posibles dada la posición de su noble familia, entró en un hospital para cuidar de los pobres, enfermos y peregrinos que acudían por entonces en gran número al sepulcro de Santo Domingo de Silos.

El Beato Manés siguió los pasos de Domingo y fue fraile predicador, siendo beatificado por Gregorio XVI en 1834.

Y Santo Domingo, predicador, taumaturgo y fundador de una Orden dedicada a la Predicación (Orden Dominicana), canonizado por Gregorio IX en 1234.

Murió con fama de santidad el dos de agosto de 1202, y fue sepultada en la Parroquia de San Sebastián de Caleruega. El pueblo inició su veneración invocándola y obtenía respuesta en la protección de sus cosechas. Con la desamortización del S. XIX quisieron sacar a las monjas del Monasterio de Caleruega por orden del gobierno central. No obstante los caleroganos no querían y las monjas siguieron en el Monasterio hasta que el Gobernador Civil de Burgos mandó quemar el pueblo el 18 de agosto de 1868. El incendio, que se descontroló, arrasó con buena parte de Caleruega hasta que un joven, rezando a la Beata Juana, arrojó una imagen suya pidiendo que acabase con el fuego. Milagrosamente las llamas del fuego cesaron y las monjas pudieron permanecer en la villa.

Fue beatificada por León XII en 1828, quien la incluyó en el santoral. La Orden Dominica le profesa especial devoción, y la llama "la santa abuela". Los restos de Santa Juana tras su muerte pasaron sucesivamente a al Monasterio de Gumiel de Izán, a Peñafiel y a Caleruega (a mediados de 1950). Acualmente se encuentra en la zona de clausura del monasterio de las Madres Dominicas de Caleruega.