Poco se sabe de la vida de San Juan Heer, mártir. Nació en Colonia, Alemania, y era del convento de Santa Cruz, donde ingresó de joven. Pide su traslado a Holanda donde trabaja 20 años en la parroquia de Hoornaar. Frente a frente con la herejía calvinista, defendía la fe en sus predicaciones y controversias. Se disfrazaba para llevarle la Eucaristía y los sacramentos a sacerdotes y religiosos presos en Gorcúm y a los católicos de esa ciudad. Aunque disfrazado, sus continuas idas y venidas de Hoornaar a Gorcúm fueron descubiertas. Después de bautizar a un niño es apresado y encerrado en un calabozo donde había una veintena de sacerdotes y religiosos franciscanos, agustinos y seculares.
Sufrieron los malos tratos de sus carceleros a grado increíble, con azotes, hambre, insultos, simulacros de horca, simulacros de mutilaciones, etc. El conde de Lumnois ordena que sean llevados a Brielle donde él residía, y un canónigo apóstata y cruel, de nombre Juan Omal, se encarga de conducirlos. Los llevan en barco, y durante los dos días que duró el traslado, están encerrados sin comer. Son insultados por el camino con blasfemias contra la fe. Llegados a Brielle, el conde comienza con un frenesí de torturas. Burlas, blasfemias, insultos, parodias de la fe, procesiones alrededor del patíbulo, y nuevas simulaciones de martirio. Después los llevaron a la cárcel, donde se encontraron con otros sacerdotes, dos párrocos seculares y dos sacerdotes premostratenses.
Más tarde, sin alimentos, son llevados a un tribunal, donde se les exige que renieguen del Santísimo Sacramento y del papa. Pero Dios los fortaleció y se reafirmaron en su fe. Como no pudieron con ellos, los sentenciaron a morir colgados de una viga. Los verdugos y encargados del suplicio estaban borrachos y no acertaban a poner el lazo en la garganta, por lo cual, habiendo sido colgados a las dos de la mañana, algunos todavía respiraban al amanecer. No contentos con matarlos, después los mutilaron, mostrando los miembros por las calles. Para su entierro, no se les permitió a los católicos hacerlo, sino a sus propios asesinos. Fueron diecinueve mártires.
Pero Dios pronto haría justicia contra tan perversos torturadores. Al año siguiente, el 9 de julio de 1573, y a la misma hora, los soldados católicos vencen al ejército calvinista. Este hecho se repite trece años después con otra memorable victoria atribuida a la intercesión de los santos.
Se cuenta que Dios en el mismo lugar del martirio, hizo crecer un arbusto con el mismo número de flores que los mártires. A la misma hora del martirio, un fiel de Gorcúm los vió entrar en el cielo, con rostros resplandecientes.
En el año 1615 los católicos desenterraron los restos y los llevaron Bruselas, Bélgica. El 18 de junio de 1618 los trasladaron de la iglesia de Santa Gudula al convento de Franciscanos, donde se celebró su glorificación.
San Juan de Colonia y sus dieciocho compañeros mártires son beatificados por el Papa Clemente X el 14 de noviembre de 1675 y son canonizados por el papa Pío IX el 29 de junio de 1865. También son conocidos como los Mártires de Gorcúm.
En el oficio dominicano de estos mártires se lee: "Entre los diecinueve mártires de Gorcúm, brilló y se distinguió Juan, alemán, del Orden de los Predicadores, recomendable por su sabiduría y por y por su santidad".