El Dulce Nombre de Jesús

El origen de esta devoción, como bien es sabido, se encuentra en el Concilio del año 1274, celebrado en la ciudad de Lyón. Era éste el XIV Concilio Ecuménico, segundo que se celebraba en esta ciudad.

Fue en ese concilio, donde el Maestro general de la Orden de Predicadores (Dominicos), P. Fr. Juan Varcellil, fundada algunos años antes, solicitó la petición de dedicar en todas las iglesias de la mencionada orden un altar al Dulce Nombre de Jesús, petición que le fue concedida con el encargo añadido de desagraviar al Señor por las blasfemias, sacrilegios, profanaciones e irreverencias.

Desde aquel lejano año, la devoción al Dulce Nombre de Jesús, quedaba unida a los Dominicos hasta el punto que su florilegio recoge: "Santo Domingo endulzaba sus penosos viajes cantando los himnos de San Bernardo al Dulce Nombre de Jesús; en nombre de Jesús, el P. Isnard curaba a los paralíticos, y daba oído a los sordos y a los mudos el habla; el P. Pedro de Cataluña curaba a los enfermos y daba vista a los ciegos; S. Pedro Martir y el Beato Juan de Vicenza organizaban coros de cantores para alabarlo; con El principiaba y terminaba sus cartas Sta. Catalina de Siena; San Vicente Ferrer predicaba su veneración...." Esta devoción de los Dominicos era tal que se dedicaban el segundo domingo de mes, en todas las iglesias de la orden a celebrar el Dulce Nombre de Jesús con función y procesión claustral.


A principios del S. XV (1430) surgen ya algunas cofradías de esta advocación. Al parecer su origen se encuentra en una epidemia de peste combatida por el P. Andrés Díaz mediante esta devoción que dio lugar a que con posterioridad el P. Fr. Diego de Vitoria, del convento de S. Pablo de Burgos organizara las cofradías. Fueron llamadas indistintamente cofradías del Nombre de Cristo o del Nombre de Dios pero, casi siempre, bajo el patronazgo de la Orden de Predicadores. En ocasiones se les aplicó el adjetivo de "Santísimo" que con posterioridad cambió por el de "Dulce", tal y como hoy las conocemos. Se fueron desarrollando y extendiendo por toda la península, formando parte de la propia espiritualidad de la orden, como de hecho ya había ocurrido anteriormente con la devoción desde el Concilio de Lyón.

La nueva devoción se fue desarrollando y adecuando a la nueva espiritualidad de los nuevos tiempos. En 1564, justo unos meses después de que finalizara el Concilio de Trento, el Papa Pío IV en la bula "Iniunctum Nobis" (fechada el 13 de abril de ese año) se hacía eco de las cofradías que bajo esta advocación existían ya en nuestro país aprobándolas y poniéndolas bajo su protección.

El documento mencionado señala que ya estaban extendidas por los conventos que la orden tenía en España. Según este documento, estas cofradías estaban ordenadas a las obras de piedad y misericordia, así como a otros actos de disciplina, peregrinaciones, ayunos, etc... y ya desde entonces gozarían de una serie de privilegios al convertirse en una cofradía de carácter universal bajo la dirección de los Dominicos y con la protección del Sumo Pontífice. Esta bula señala además que cada segundo domingo de mes tiene lugar un acto litúrgico especial dentro del convento, pero abierto a los hermanos de la cofradía. Al parecer este acto litúrgico incluía, entre otras cosas, una pequeña procesión alrededor del claustro del convento.


El sucesor del Papa Pío IV, San Pío V, otorgó una nueva bula bajo el título "Decet Romanum Pontificem" (fechada el 21 de Junio de 1571), en la que entendía que estas cofradías "del Nombre de Jesús", eran un buen arma para propagar la fe cristiana frente al protestantismo, por ello, consideró igualmente unida esta obra a la suya del pontificado. Este documento viene a redundar en lo expuesto por se predecesor. Concede algunos nuevos privilegios y vuelve a señalar como misión de las Cofradías del Nombre de Cristo la lucha contra la blasfemia, así como la obligación de un culto especial los segundos domingos de cada mes.