Santo Domingo Henares, 24 de Noviembre


El día 19 de junio de 1988, SS. El beato Juan Pablo II canonizaba a una verdadera pléyade de santos del Vietnam, altamente representativa de la legión de mártires que regaron con su sangre aquellas difíciles tierras de misión en el largo período que va desde la primera persecución, iniciada en 1620, hasta el año 1862, en el que el rey Tu-Duc, tras una intervención de Francia, sancionó el principio de libertad religiosa para todos sus súbditos. En la impresionante lista de canonizados figuran ocho obispos, cincuenta presbíteros y cincuenta y nueve seglares. Encabeza la lista de los ocho obispos (todos ellos dominicos españoles excepto un francés) santo Domingo Henares: primero en recibir la palma del martirio y primero también en ser beatificado, ya en 1900, por el papa León XIII.

Los setenta y dos años de vida de Santo Domingo Henares están divididos a partes iguales por la consagración episcopal: fue ordenado obispo a los treinta y seis años y fue decapitado treinta y seis años después. Nació en Baena, diócesis de Córdoba, el 19 de diciembre de 1765 en el seno de una familia muy humilde. Muy joven su familia se traslado a Granada, donde con su familia se inscribio en la Archicofradía del Rosario y a los 17 años recibió el hábito de Santo Domingo en el convento de Santa Cruz la Real de Granada. Parece que obtuvo la admisión después de mucho insistir. En 1783 hizo la profesión religiosa. Recién profeso, y sólo iniciados los estudios teológicos, manifestó voluntad decidida de ser misionero. El ambiente apostólico del convento de Santa Cruz debía de ser muy bueno porque otros compañeros manifestaron el mismo deseo. Los dominicos ya contaban en España, y siguen contando, con la provincia del Santo Rosario que mira a las misiones en el Extremo Oriente. A ella se incorporó el joven dominico profeso del convento de Granada. Partió de Cádiz en septiembre de 1785 rumbo a Puerto Rico, Cuba, México y Filipinas, donde desembarcó el 9 de julio de 1786.

La Universidad de Santo Tomás de Manila, regida por los dominicos, estaba en todo su esplendor. En ella concluyó sus estudios al mismo tiempo que impartía clases de humanidades. El 20 de septiembre de 1789 recibió la ordenación sacerdotal e inmediatamente fue destinado a las Misiones de Tonkín (hoy al norte de Vietnam). Llegó el 28 de octubre de 1790. Uno de sus primeros cargos en la misión fue el de rector del seminario para sacerdotes indígenas establecido en Tién-Chu, cargo en el que permaneció hasta 1798 en que fue nombrado vicario-provincial por el Capítulo de la Orden. Al fallecer el vicario apostólico Fr. Feliciano Alonso, le sucedió San Clemente Ignacio, que ya era su obispo-coadjutor con derecho de sucesión. Inmediatamente designó a Fr. Domingo para vicario general. Los tiempos eran difíciles y cargados de malos presagios. San Clemente Ignacio procuró inmediatamente contar con su propio obispo coadjutor: el 9 de septiembre de 1800 obtenía del papa Pío VII para nuestro santo Domingo Henares el nombramiento con el título episcopal de Fez. La ordenación episcopal se retardó hasta el 9 de enero de 1803; tuvo lugar en Phunhay.

Causó admiración la rapidez con la que aprendió la lengua de los nativos y, más aún, su afabilidad no sólo con los conversos sino incluso con los mandarines, que con harto pesar se veían obligados a proceder contra él. Tratándose de un mártir, lo que más importó para los procesos de su beatificación y canonización fue documentar debidamente los datos de su persecución y muerte. Cuando el sanguinario rey de Tonkín, Minh-Manh, inició la persecución contra los cristianos, decidió, ante todo, acabar con los misioneros fijándose directamente en los pastores más sobresalientes de la grey: Delgado, Henares, Hermosilla, Ximeno... Nuestro Santo Domingo Henares, ya rebasados los setenta años, anduvo errante, huyendo de aquí para allá de los soldados que le buscaban por los diversos poblados. El 9 de junio de 1838 creyó ponerse a salvo con el fiel catequista Francisco Chieu en una pobre embarcación, pero los vientos fueron contrarios y tuvieron que volver a tierra. Hallaron refugio en la casita del pescador cristiano Nghiém. Pronto se enteró el prefecto del poblado Bat-Phang. Se puso en contacto con él, fingiéndose su amigo, e inmediatamente lo traicionó. Los mandarines lo arrestaron junto con los mencionados Chieu y Nghiém.

escultura de Santo Domingo Henares en la Plaza de su localidad natal
Todo sucedió con rapidez. El 11 de junio fue conducido a Nam Dinh junto con sus dos compañeros. A él, seguramente por la debilidad de la vejez, lo conducían encerrado en una jaula, seguido de sus compañeros que iban a pie cargados de cadenas. Nada más llegar fue condenado a muerte. Lo decapitaron el día 25 del mismo mes de junio, junto a Francisco Chieu. San Jerónimo Hermosilla, decapitado veintitrés años después, dejó escrito el siguiente elogio de santo Domingo Henares: «Pureza extrema de vida, celo insaciable por la salvación de las almas, sed ardiente del martirio, evangélicamente pobre para sí mismo y prodigiosamente generoso con los necesitados»

El Ayuntamiento de Granada, concedió el nombre, a este granadino de adopción, a una calle situada detrás del colegio mayor Albaicín, que comunica la calle profesor Motos Guirao con la plaza Madre Teresa Titos Garzón.


San Pedro Mártir, 4 de Junio.

San Pedro de Verona o San Pedro Mártir, 1205-1252, Patrono de los Inquisidores. 


Nació en Verona, ciudad de la Lombardía hacia 1205. Sus padres eran albigenses, y al no haber escuela albigense en su pueblo, enviaron a su hijo a la escuela de los católicos, donde aprendió la doctrina cristiana. De siete años, se encontró con un tío suyo que le hacía preguntas sobre lo que había aprendido, a lo que el niño contestó: "Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra". 

Quiso su tío disuadirlo de que Dios no era el creador de la tierra, pero el niño se mantuvo en su fe y hasta rebatió los falsos argumentos con que su tío le argumentaba. Asustado, el tío fue a conversar con el padre para que lo vigilara y la sacara de la escuela de los católicos. Pero Pedro siguió con los católicos y de ahí paso a la universidad de Bolonia hacia 1220. Por aquel tiempo la ciudad de Bolonia esta iluminada por la vida y predicación de Santo Domingo y sus hijos. Los estudiantes de Bolonia querían oír y ver a aquellos predicadores. 

Muchos abandonaron las aulas universitarias por las celdas conventuales del glorioso convento de San Nicolás. Uno de ellos era Pedo de Verona, de agudo ingenio, grande fe, corazón virginal, y con dotes de predicador. A sus diez y seis años vió a Santo Domingo y quedó subyugado. Es que Dios quería que a la cercana muerte de Domingo le sucediese como predicador de la verdad. De manos de Santo Domingo recibió el hábito religioso y se dedicó al estudio, la oración y las observancias religiosas propias de los dominicos. Así lo hizo hasta que le tocó comunicar a otros lo contemplado. Su caridad era ardiente, ayunaba largo y frecuente, hacía del estudio oración y de la oración un estudio de Dios y sus obras. Fue ordenado sacerdote y siguió con su oración y misa. Terminada ésta se dedicaba a predicar y a su ministerio apostólico. 

Rápidamente se extendió su fama de predicador y obrador de milagros. En muchas partes era tanta la gente que acudía a escucharlo que tenían que llevarlo en andas para que no peligrase su vida por los apretones. Predicaba tanto en iglesias como en plazas y a campo raso. Después se sentaba a confesar a los arrepentidos o recibía a los fieles que lo consultaban, incluyendo herejes. A todos recibía con caridad y aconsejaba, siendo muchos lo herejes que salían convertidos. Uno de estos convertidos fue Rainiero de Piacenza, que después fue gran apóstol contra la herejía. 


Durante las noches, se daba a la oración y al estudio de lo que al día siguiente había de predicar. Durante estos momentos muchas veces se le oyó conversar familiarmente con santos y ángeles del cielo. Se cuenta que una noche las tres vírgenes mártires y protectoras de nuestra Orden, Santa Catalina de Alejandría, Santa Inés y Santa Cecilia lo visitaron. 

Pero unos religiosos oyeron las voces femeninas y juzgaron imprudente y una falta a la regla recibir a tal hora a gente de la calle y mujeres. Lo acusaron frente a toda la comunidad. Pedro no se defendió ni excusó. El Prior a pesar de conocer bien su pureza de intención, lo reprendió y mandó a recluir en el convento de Jesi, en una montaña de la Marca de Ancona. Allí, en la soledad de su celda, lloraba el santo su deshonra, sobre todo, que pensaba que ya no podría servir más a la gente. Pensando así y llorando día tras día, frente a un Cristo crucificado, se atrevió a decir: "¿Qué mal hice, Señor, para verme como estoy?". Y oyó que Jesús le dijo: "Y yo, Pedro, ¿qué mal hice?". Y quedó fortalecido y consolado con estas palabras. Pero Dios puso pronto fin al destierro y deshonra. Los religiosos comprendieron que tales visitas no podían ser sino celestiales, y admirando su paciencia y virtud, le restituyeron la libertad y su buen nombre, por lo cual fue restablecido en su ministerio, pasando a ser más poderoso en obras y palabras. 

El papa Gregorio IX primero, y después Inocencio IV, lo nombraron Inquisidor General, lo que provocó que herejes de muchas partes lo amenazaran de muerte. Pero Pedro seguía predicando y obrando constantes milagros, con los que alentaba la fe de los cristianos. 

Famoso es un milagro de uno que se fingió enfermo. Un hombre de Milán se burlaba de los milagros que Pedro realizaba. Juntó a muchos y se fingió enfermo, con la intención de pedirle a nuestro santo que lo sanase, y así poder reírse públicamente de él. Pero Pedro le dijo: "Ruego al Señor de todo lo creado, que si tu enfermedad no es verdadera, te trate como lo mereces". Y en aquel instante el fingido enfermo comienza a sentir fuertes dolores y a gritar. Con vergüenza sus amigos lo llevaron a su casa, donde sus dolores fueron creciendo, hasta que humillado y arrepentido, rogó al santo que fuese a verle. Fue Pedro a verle, y después de confesarlo, renegó de la herejía, hizo la señal de la Cruz sobre él y lo libró de los males del alma y del cuerpo. 

Otro milagro famoso es el llamado milagro de la nube. En Milán, un maniqueo famoso que hacía de obispo, asistió a una plaza pública donde Pedro predicaba. Era un día muy caluroso, lo que empezaba a molestar a todos. Y gritó de repente: "Malvado impostor, si eres santo como todos creen, ¿porqué dejas que esta gente se ase con este calor? ¿Porqué no oras a tu Dios y le pides una nube que nos libre del sol? El santo respondió: "Lo haré si prometes dejar tu herejía". Y se produjo mucha confusión. Pedro dijo con fuerte voz: "Para que todos conozcan y confiesen a Dios Todopoderoso, creador de todas las cosas, le pido a su Hijo Jesucristo que nos envíe una nube y nos cubra del sol". Hizo una cruz en el aire y se vieron todos cubiertos por una hermosa nube. 

Martirio de San Pedro de Verona
Para lograr triunfos sobre los maniqueos, Pedro se encomendaba a Dios, oraba y estudiaba mucho. Fue Prior en varios conventos, en Como, Piacenza, Génova, etc. Conoció y fue amigo de Santo Tomás de Aquino. A todos les pedía contemplar y estudiar, Cristo y los libros, para poder entregar después los frutos de la contemplación y el estudio.

Había en una villa del estado de Milán un buen señor posadero en cuya casa se hospedaba Pedro cuando iba a predicar. Con este señor tomó contacto un hereje nigromántico (magia negra, develar el futuro invocando a los muertos) para convencerlo de que no atendiera más al santo y se convirtiese a la secta. Le convenció que bajaría del cielo la misma Virgen María para pedirle que dejara las falsas creencias católicas. Efectivamente tuvo la visión, quedando dubitativo, confundido, atontado. Pocos días después llegó el santo a hospedarse allí y notó algo raro en aquel hombre. No le negó lo que pasaba, que quería convertirse a esa secta después de ver esa aparición. Procuró el santo disuadirlo, haciéndole ver que aquella visión era engaño del diablo, que él le probaría la falsedad. Quedaron en que buscaría al hereje nigromántico y le manifestaría su deseo de ver nuevamente a la Virgen. Fijaron lugar y hora para la aparición. El hereje acompañado de otros se presentó en una iglesia junto al posadero, donde previamente se había escondido Pedro. Hizo el nigromántico su invocación y apareció de nuevo la figura de la Virgen, y salió entonces Pedro con el Santísimo en la mano. Quiso huir la aparición, pero el santo la detuvo y le dijo que si era la Madre de Dios, adorara a su Hijo sacramentado, y si era un espíritu maligno, dejara esa figura de Virgen y tomara la de bestia. Obligado el demonio por el santo, se transformó en figura horrenda, y despidiendo hediondeces desapareció. 

Como servicio a la Iglesia, el papa le encomendó un informe para aprobar o no la nueva Orden de Los Servitas. Después de estudiar lo que los servitas eran y merecían, su regla, la santidad de sus vidas y sus fines como institución, aconsejó al papa su aprobación y propagación. 

Entretanto el odio de los herejes contra el santo crecía hasta que resolvieron quitarle la vida. Eran seis los principales conjurados que juntaron cuarenta monedas del país para pagar al asesino de sobrenombre Carino. Esto llegó a oídos del santo, quien lo comunicó varias veces en público. Predicando en Cesena, dijo a sus oyentes que no lo verían más, pues pasadas las fiestas de Pascua sería asesinado por los herejes. De Cesena pasó a Milán donde predicó el Domingo de Ramos. De Milán paso a Como, donde era Prior, para celebrar la Pascua. Y de allí volvió a Milán. Lo siguió Carino con la intención de matarlo y lo alcanzó en un espeso bosque donde también estaba Albertino, su cómplice asesino. 

Carino le propinó con una hoz de podar un fuerte golpe en la cabeza y le abrió el cráneo. También se arrojó sobre Fr. Domingo, compañero del santo y lo apuñaló. Volvió sobre el santo y vió que con la sangre de su herida escribía en la tierra "Creo en Dios Padre Todopoderoso", y furioso le hundió un puñal en medio del pecho. Así terminó su vida a los 47 años. 


Fr. Domingo, viendo lo sucedido, gritó por ayuda y algunos labradores llegaron a ayudar y siguieron al asesino, que fue capturado. Cundió rápido la noticia del asesinato. Llegaron sus hermanos del convento y vieron el lugar del martirio, al santo muerto y a Fr. Domingo herido que murió al quinto día. Y les trasladaron a Milán, al convento de San Eustorgio donde fue sepultado con magníficos honores. Si en la tierra se le hicieron tan debidos honores, no fué escaso el cielo en glorificarle, haciendo que "en el lugar del martirio se vieran muchas luces y que todos aquellos árboles del bosque lloraran", como dirá después San Vicente Ferrer en un sermón sobre el Santo Mártir. 

El asesino fue encarcelado y se fugó. Cayó en terrible depresión al reflexionar sobre su crimen. Abjuró la herejía y tomó contacto con los dominicos, los que le permitieron entrar como Hermano converso para hacer penitencia de sus pecados, en tal grado, que mereció el concepto de santidad. 

El papa Inocencio IV inició su proceso de canonización, y un año más tarde, en 1253, lo canonizó. 

Tomado de Santos, Bienaventurados, Venerables de la Orden de los Predicadores, Vol. I M.R.P.Fr. Paulino Álvarez O.P. Tip. de El Santísimo Rosario Vergara, 1920, pp. 179-195